Nació en 1501 en Toledo, de familia
ilustre. Vinculado familiarmente a figuras literarias de la importancia del
Marqués de Santillana. Sus padres, interesados por la literatura, se ocuparon
de la educación de Garcilaso imponiéndole estudios de gramática, retórica,
poesía, historia, filosofía, en latín.
Así conoció la cultura romana; leía la prosa de Cicerón y los versos
de Virgilio, Horacio y Ovidio como si fueran contemporáneos.
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Como miembro de la corte de Carlos V
participó en la guerra de las Comunidades en contra de los Comuneros, entre
los que se encontraba su propio hermano.
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Contrajo matrimonio con Elena de
Zúñiga. Presenció las bodas del Emperador, aunque no estuvo presente en los
festejos que se celebraron en Granada. Allí sí estuvo Juan Boscán que trabó
relación con Andrea Navagiero, quien le sugirió el empleo de los metros
italianos en español. También conoció
al nuncio papal Castiglione, autor del “Cortesano” cuya traducción al español
recomendaría más tarde a Boscán. Para las bodas imperiales llegó a la corte
española acompañando a la infanta, la joven dama portuguesa Isabel Freire,
cuyo reflejo literario aparecerá más tarde en su poesía.
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Participó en las bodas secretas de un
sobrino, matrimonio que estaba expresamente prohibido por el emperador. Como
castigo, Carlos V le confinó en una isla del Danubio. Desde noviembre de 1532
cumple su destierro en Nápoles al servicio del Virrey Pedro de Toledo. Es en
Nápoles donde se desarrolló su italianización poética y donde escribió la
mayor parte de su poesía.
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Participó en la campaña de Túnez
contra los turcos donde recibió heridas en la boca y en el brazo
derecho. Participó en la invasión de
Francia desde Italia de septiembre de 1536. Quedó mortalmente herido por una
piedra al intentar escalar la torre de Muy el 19 de septiembre. Tras larga agonía, muere en Niza el 13 ó 14
de octubre.
FRAY LUIS DE LEÓN
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jueves, 25 de enero de 2018
Vidas de tres poetas del Renacimiento
miércoles, 24 de enero de 2018
jueves, 11 de enero de 2018
MUERTE Y TRANSFORMACIÓN DE HÉRCULES
Muerte e inmortalidad de Hércules
Cuando llegó a la rápida corriente del Eveno. El río estaba más lleno que de costumbre, crecido por las tormentas invernales, lleno de remolinos e impracticable. Hércules no temía por sí mismo, pero estaba preocupado por su esposa; entonces apareció Neso, de miembros vigorosos y experto en cruzar ríos, y le dijo: «Ella llegará a la otra orilla con mi ayuda. Tú cruza a nado, empleando tus fuerzas.» Hércules entregó a Neso a la asustada joven, que estaba pálida de miedo, temerosa del río y del propio centauro.
Acto seguido, tal como estaba, cargado con su aljaba y con la piel de león (pues ya había arrojado a la otra orilla la maza y el arco), dijo: «¡Puesto que ya he empezado con los ríos, venzamos a éste también!», y no dudó un instante ni buscó el punto en que las aguas estuvieran más tranquilas, ni quiso dejarse llevar ayudado por la corriente. Cuando ya estaba en la orilla, mientras recogía el arco que antes había arrojado, reconoció la voz de su esposa, y mientras Neso, el centauro, se disponía a escapar con la que le había sido confiada, le gritó: «¿Adónde crees que te lleva esa vana confianza en tus pies, oh bruto? ¡A ti te digo, Neso deforme! ¡Hazme caso, y no robes mi mujer! " Pero no podrás huir, aunque confíes en tus cualidades de caballo: no es con los pies con lo que te voy a alcanzar, sino con las armas!” Y confirmó sus últimas palabras con hechos, atravesándole la espalda con una flecha mientras huía. El ganchudo hierro sobresalía por el pecho, y al extraerlo la sangre brotó por los dos agujeros, mezclada con el terrible veneno de la Hidra de Lerna. Neso recogió esta sangre y dijo para sí: « !Pues no moriré sin venganza! », y entregó corno regalo a la joven raptada su túnica empapada en cálida sangre, diciéndole que era un estímulo para el amor.
Acto seguido, tal como estaba, cargado con su aljaba y con la piel de león (pues ya había arrojado a la otra orilla la maza y el arco), dijo: «¡Puesto que ya he empezado con los ríos, venzamos a éste también!», y no dudó un instante ni buscó el punto en que las aguas estuvieran más tranquilas, ni quiso dejarse llevar ayudado por la corriente. Cuando ya estaba en la orilla, mientras recogía el arco que antes había arrojado, reconoció la voz de su esposa, y mientras Neso, el centauro, se disponía a escapar con la que le había sido confiada, le gritó: «¿Adónde crees que te lleva esa vana confianza en tus pies, oh bruto? ¡A ti te digo, Neso deforme! ¡Hazme caso, y no robes mi mujer! " Pero no podrás huir, aunque confíes en tus cualidades de caballo: no es con los pies con lo que te voy a alcanzar, sino con las armas!” Y confirmó sus últimas palabras con hechos, atravesándole la espalda con una flecha mientras huía. El ganchudo hierro sobresalía por el pecho, y al extraerlo la sangre brotó por los dos agujeros, mezclada con el terrible veneno de la Hidra de Lerna. Neso recogió esta sangre y dijo para sí: « !Pues no moriré sin venganza! », y entregó corno regalo a la joven raptada su túnica empapada en cálida sangre, diciéndole que era un estímulo para el amor.
Pasó un largo espacio de tiempo, y las hazañas del gran Hércules llenaron las tierras y el odio de su madrastra Hera, la hermana y esposa de Zeus. Regresaba vencedor y se disponía a ofrecer un sacrificio a Zeus cuando la fama, que disfruta añadiendo falsedades a la verdad y que, partiendo de algo sin importancia, va creciendo gracias a las mentiras, se adelantó a él e hizo llegar a tus oídos, Deyanira, que Hércules estaba enamorado apasionadamente de la bella lole. Ella, enamorada, lo creyó, y agobiada por la noticia de ese nuevo amor primero se entregó al llanto y, desesperada, dio rienda suelta a su dolor. Pero luego dijo: «Pero ¿por qué estoy llorando? ¡Estas Lágrimas no harán sino alegrar a mi rival! Puesto que está a punto de llegar, tengo que apresurarme y planear algo mientras todavía es posible y no hay otra ocupando mi cama. ¿Es mejor que me lamente o que guarde silencio? ¿Regreso con mis padres o me quedo? ¿O debería salir de la casa y, si no hay fuerzas mayores impedirle el paso? ¿Y si, por el contrario, preparo un crimen despiadado, y les demuestro hasta dónde puede llegar una mujer celosa y ofendida, decapitando a esa adúltera?» Su ánimo vacila entre impulsos contrarios. Por fin, de todos ellos predomina el de enviar a Hércules la túnica empapada en la sangre de Neso, para que vuelva a fortalecer el amor debilitado. Y sin saber que le está entregando su propia desgracia, se la entrega a un criado, que ignora qué es lo que lleva, y, tristísima, le ordena partir con dulces palabras.
El héroe la toma, desprevenido, y reviste sus hombros con el veneno del monstruo de mil cabezas, la hidra de Lerna que él mismo mató en sus famosos trabajos. Estaba rezando y echando incienso en los fuegos recién encendidos, y con una copa vertía vino sobre el altar: la fuerza del veneno empezó a templarse, y deshaciéndose al calor de las llamas se fundió, extendiéndose por todo el cuerpo de Hércules. Mientras pudo, reprimió los gritos de dolor con el valor que le caracterizaba: luego, cuando el mal venció su capacidad de aguante, llenó con sus gritos el bosque. Al punto intenta desgarrar la mortal túnica: allí donde la arranca, ésta arranca también la piel y, me horroriza decirlo, o bien se adhiere a los miembros cuando en vano intenta despegarla, o bien deja al descubierto la carne desgarrada y los grandes huesos. La misma sangre crepita con estruendo, como cuando se sumerge una plancha incandescente en una cuba de agua helada, y hierve a contacto con el ardiente veneno. Y no termina aquí: llamas voraces consumen sus entrañas, un sudor azulado fluye por todo su cuerpo, los músculos chasquean abrasados, y con la médula deshecha por el oculto, exclama tendiendo los brazos hacia las estrellas. «¡Aliméntate de mi desgracia, Juno (Hera)!” ¡Aliméntate, y desde las alturas observa, cruel, este azote, y sacia tu corazón despiadado! ¡La muerte será para mí un regalo: propio es de una madrastra conceder esta clase de premios!
Pero Zeus no puede permitir un desenlace así para su hijo, y en el Olimpo, ante los dioses reunidos, declara:
“Yo lo recibiré en las regiones del cielo, y confío en que mi decisión sea motivo de felicidad para todos los dioses. Si alguien, no estuviera de acuerdo con el premio que le ha sido concedido, tendrá que reconocer al menos que mi hijo se lo ha merecido, y debería aprobarlo, incluso en contra de su voluntad.” Los dioses asintieron; también la esposa de Zeus pareció aceptar lo demás sin dureza en el rostro, pero las últimas palabras las recibió con la expresión algo tensa, y se dolió al sentirse aludida.
Mientras tanto, todo lo que pudo haber sido devorado por las llamas había sido destruido. No quedó imagen reconocible de Hércules, ni nada que hubiera tomado la forma de su madre: tan solo conservó la huella de Zeus. Cuando se hubo despojado de su cuerpo mortal, el héroe floreció con la parte mejor de sí, y empezó a hacerse más venerable, lleno de augusta solemnidad. El padre omnipotente se lo llevó envuelto en una nube y lo colocó sobre una cuadriga entre las estrellas radiantes, y vivirá para siempre en el firmamento.
(Ovidio, Metamorfosis”)
martes, 9 de enero de 2018
HISTORIAS AMOROSAS DE ZEUS: SEMELÉ, LA HUMANA QUE NO SE FIO DE ZEUS
LA HISTORIA DESGRACIADA DE SEMELÉ, LA JOVEN QUE NO SE FIO DE UN DIOS
Semelé, hija de Hermione y de Cadmo, residía en la ciudad de Tebas, en Boecia.
Júpiter la amaba y por eso Hera, su esposa, ideó contra ella una astucia digna del mismo Infierno. Para poder acercarse a ella se disfrazó de anciana, cubrió su cabeza de canas, su piel de arrugas y se puso a andar con un muy inseguro paso; se convirtió en Beroé, la nodriza de Semelé y junto a ella fue a sentarse. Después de que hubo hablado con la princesa de cosas indiferentes, hizo recaer hábilmente su conversación sobre Zeus: “Quisiera el Cielo – le dijo – que fuese Zeus en persona el que te hiciera objeto de su cariño! Pero temo por ti, pobre niña. ¡Cuántas doncellas han sido engañadas por simples mortales que se habían disfrazado de algún dios! Si es verdad que Zeus te profesa tanto afecto, exígele que te dé una prueba infalible: que al venir a tu lado lo haga con todo el aparato de su gloria, con la pompa y majestad soberanas.” Persuadida la hija de Cadmo con tales razones en las que no sospechaba maldad alguna, suplicó a Júpiter que le hiciera un favora sin especificarle anticipadamente cuál sería. “Pídeme – le dijo el dios – lo que tú quieras: yo te juro por la Estigia que nada te será negado”. Semelé, loca de alegría, creyó ver cumplido su sueño y así calmar las dudas para siempre, y le dice: “Cuando vengáis a verme, apareced con toda la majestad que os rodea en el Olimpo.”
Quiso Zeus cerrarle la boca para impedir que pronunciase tales palabras: pero fue tarde ya. Debía cumplir su palabra. Lleno de dolor, subió al cielo y allí reunió las nubes, los relámpagos y aquellos rayos cuyos efectos destruyen todo lo que tocan. Rodeado de ellos, fue a dar cumplimiento al imprudente deseo de Semelé; y se incendió el palacio, y del cuerpo de la desgraciada Semelé no quedaron más que cenizas.
(Robert Graves. Mitos Griegos)
EL MITO DE ARACNE, LA OBRERA QUE SE ENFRENTÓ A UNA DIOSA
Aracne, famosa obrera de la ciudad de Colofón, trabajaba con gran habilidad los bordados, era una gran tejedora. De todas partes acudían curiosos para maravillarse de cómo tejía. Le decían que lo hacía tan bien que se llenó de orgullo y vanidad y llegó a retar a la mismísima diosa Atenea, invitándola a que demostrase, si podía, que era mejor que ella bordando. El desafío fue aceptado. Se pusieron una y otra a la obra. Atenea representaba en su tapiz a los doce dioses del Olimpo y en las esquinas, los castigos que sufren los mortales que se atreven a rivalizar con ellos. Mientras, Aracne representaba los abusos, crímenes y adulterios de Zeus. El dibujo era tan perfecto que Atenea, no pudiendo descubrir en él defecto alguno, hizo pedazos el hermoso trabajo en el que quedaban tan magistralmente representadas las locas aventuras y crímenes de su padre. En su envidia llegó a golpear a Aracne, y arrastrarla por el suelo tirándola de los pelos. Aracne, llena de desesperación, se ahorcó. Entonces, al fin, llegó la compasión al corazón de la diosa que la sostuvo en los aires con sus manos para que no acabara de estrangularse, y la transformó en una araña para que se dedique siempre a lo que tanto disfrutaba en vida: tejer sus telas
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