Acteón, era un noble humano, no tenía otra afición que la caza. Un día, después de haber matado innumerables
animales salvajes sobre el monte Citerón, y cuando el sol era más ardiente,
llamó junto a sí a sus compañeros para que dejaran la caza. Todos le obedecieron y se entregaron al
descanso. Muy cerca de donde estaban se extendía
el valle de Gargafia, consagrado a la diosa Diana. Era un paraje lleno de encantos, sombreado de
pinos y cipreses bajo cuyas ramas corría el agua fresca y transparente entre
dos riberas esmaltadas de flores. Allí la
diosa Diana, cansada de sus correrías, acababa de llegar con las ninfas,
divinidades bellísimas, que componen su
séquito, con el propósito de bañarse.
Acteón, que vagaba por el bosque sin rumbo fijo, tuvo la desgracia de
penetrar en ese vallecito y acercarse al mismo riachuelo. Las ninfas al advertir el ruido y viendo que
las ramas hacía ruido, lanzaron un grito
de espanto. Diana se enfadó enormemente
con el cazador y recogiendo en el hueco
de su mano el agua de la corriente, se la echa a la cara; en aquel mismo momento, por arte de magia, su cabeza aparece coronada por cuernos
arborescentes, su cuello se prolonga, sus brazos se convierten en piernas
largas y delgadas y todo su cuerpo queda cubierto de un pelo jaspeado; en definitiva, Acteón es ya un ciervo. Sus perros al descubrirle, le atacan. Acteón quiere gritarles: “Soy yo, vuestro amo!”, pero su garganta ya
no puede emitir sonido alguno y muere poco después destrozado por los mismos
perros que había amaestrado y alimentado y que poco antes saltaban de alegría a
su alrededor prodigándole las más tiernas muestras de cariño.”
miércoles, 22 de noviembre de 2017
jueves, 9 de noviembre de 2017
CUENTO POPULAR DE EL PADRINO
Érase un pobre tan pobre que no tenía con que vestir el octavo hijo que
iba a traerle la cigüeña, ni qué dar de comer a los otro siete. Un día salió de
su casa porque le partía el corazón oírlos llorar y pedirle pan. Echó a andar, sin saber adónde, y después de haber
estado andando, andando, todo el día se encontró por la noche a la entrada de
una cueva de ladrones. El capitán salió a la puerta. ¡Era terrible!
-
¿Quién eres?
¿Qué quieres? – le preguntó con voz de trueno.
-
Señor, soy
un infeliz que no hago mal a nadie- respondió el pobrecillo hincándose de
rodillas-. Me he salido de mi casa por no oír a mis pobres hijos pidiéndome
pan, que no puedo darles.
El capitán tuvo compasión del pobrecillo, y
habiéndole dado de comer y regalarle una bolsa de dinero y un caballo le dijo:
-
Vete, y
cuando la cigüeña te traiga el otro hijo, avísame, y seré tu padrino.
Pues el hombre se volvió a casa tan contento, que
no le cabía el corazón en el pecho pensando en la alegría que daría a su mujer
y sus hijos. Pero cuando llegó la cigüeña ya había traído al niño, el cual
estaba en la cama con su madre. Entonces se fue a la cueva y le dijo al
bandolero lo que había sucedido, y el capitán le prometió que aquella noche
estaría en la iglesia y cumpliría su palabra. Así lo hizo, y tuvo al niño en la
pila, y le regaló un saco lleno de oro.
Pero al poco
tiempo el niño se murió, y se fue la Cielo. San Pedro, que estaba en la puerta,
le dijo que se colara; pero él respondió:
-
No entro, si
no entra mi padrino conmigo.
-
¿Y quién es
tu padrino? – le preguntó el santo.
-
Un capitán
de bandoleros.
-
Pues tú
puedes entrar, pero tu padrino, no- respondió San Pedro.
El niño se sentó muy triste en la puerta, con la
mano puesta en la mejilla. Acertó a pasar por allí Jesús, y le dijo:
-
¿Por qué no
entras, niño?
-
No quiero
entrar si no entra mi padrino-respondió una vez más el niño.
El niño cruzó sus manos y se puso a llorar, y lloró
tanto que Jesús se compadeció de él. Se fue y volvió con una copita de oro en
las manos; se la dio al niño, y le dijo:
-
Ve a buscar
a tu padrino y dile que llene esta copa con lágrimas de arrepentimiento, y
entonces podrá entrar contigo en el Cielo. Toma estas alas de plata y echa a
volar.
El ladrón estaba durmiendo en una peña con la
escopeta en una mano y la navaja en la otra. Al despertar vio, frente a sí, un
precioso niño sentado en una mata, con unas alas de plata que relumbraban al
sol y una copa de oro en la mano.
El ladrón se restregó los ojos pensando que estaba
soñando, pero el niño le dijo:
-
Soy yo, tu
ahijado. Y le contó todo lo que le había ocurrido. Entonces el corazón del
ladrón se abrió como una granada y sus ojos vertían agua como una fuente. Su
dolor fue tan agudo, y tan vivo su arrepentimiento, que le penetraron en el
pecho como dos puñales, y murió. Entonces el niño tomó la copa llena de
lágrimas y voló con el alma del su padrino al cielo, saludaron a Jesús que les
esperaba y vivieron felices siempre.
(Popular andaluz, en “La Gaviota”, de Fernán
Caballero)
CUENTO DE MEDIOPOLLITO
Érase
una vez una hermosa gallina, que vivía muy cómodamente en un cortijo, rodeada
de su numerosa familia, entre la cual se distinguía un pollo deforme y
estropeado. Pues éste era, justamente, el que la madre quería más; que así
hacen siempre las madres. El tal aborto, que había nacido de un huevo muy
chitiquitillo, no era más que un pollo a medias; y no parecía sino que la
espada del rey Salomón había ejecutado en él la sentencia que en cierta ocasión
pronunció aquel rey tan sabio. No tenía más que un ojo, un ala y una pata, y
con todo esto, tenía más humos que su padre, el cual era el gallo más gallardo,
más valiente y más galán que había en todos los corrales en veinte leguas a la
redonda. Se creía el polluelo el elegido de su casta. Si los demás pollos se
burlaban de él, pensaba que era por envidia, y si lo hacían las pollas, decía
que era de rabia, por el poco caso que de ellas hacía.
Un día le dijo a su madre.
-
Oiga usted, madre: el campo me fastidia. Me he propuesto ir a la corte a ver al
rey y la reina
La pobre madre se echó a temblar al oír aquellas palabras.
-
Hijo- exclamó-, ¿quién te ha metido en la cabeza semejante desatino? Tu padre
no salió jamás de su tierra, y ha sido la honra de su casta. ¿Dónde encontrarás
un corral como el que tienes? ¿Dónde un montón de estiércol más hermoso? ¿Un
alimento más sano y abundante, un gallinero tan abrigado cerca del andén, una
familia que más te quiera?
-
Nego – dijo Medio-pollito en latín, pues se las echaba de leído y escribido-;
mis hermanos son unos ignorantes y unos paletos.
-
Pero, hijo mío – repuso la madre-, ¿no te has mirado en el espejo? ¿no te ves
con una pata y un ojo menos?
-
Ya que sale usted por ese registro – replicó Mediopollito-, diré que debía
caerse usted muerta de vergüenza al verme en este estado. Usted tiene la culpa,
y nadie más. ¿De qué huevo he salido yo al mundo? ¿A qué fue del de un gallo
viejo?
-
No, hijo mío, de esos huevos no salen más que horribles pollos. Naciste del
último huevo que yo puse; y saliste débil e imperfecto porque aquél era el
último de la overa. No ha sido por culpa mía.
-
Puede ser – dijo Mediopollito con la cresta encendida de rabia como la grana-,
puede ser que me encuentre un cirujano diestro, que me ponga los miembros que
me falta. Con que, no hay remedio: me marcho.
-
Cuando su madre vio que no había forma de convencerle, le dijo:
-
Escucha, por lo menos, hijo mío, unos consejos prudentes de buena madre; huye
de ciertos hombres que hay en el mundo, llamados cocineros, que son enemigos
mortales nuestros, y nos tuercen el cuello en un santiamén. Y ahora ve a que tu
padre te dé la bendición.
Mediopollito se acercó a su padre, bajó la cabeza para besarle la pata, y le
pidió la bendición. El venerable gallo se la dio con más dignidad que ternura,
pues conocía el mal fondo de su hijo. La madre se enterneció y lloró
desconsoladamente, y secó sus lágrimas con hojas secas.
Mediopollito tomó la maleta, batió el ala y cantó tres veces en señal de
despedida. Al llegar a las orillas de un arroyo casi seco, porque era verano,
se encontró con que el escaso hilo de agua se encontraba detenido por unas
ramas. El arroyo, al ver al caminante, el dijo:
-
Ya ves, amigo, qué débil estoy; apenas puedo dar un paso. Ni tengo fuerzas
bastantes para empujar esas ramillas. Tú puedes sacarme fácilmente de ese
apuro, apartándolas con tu pico. Así podrás contar con mis servicios cuando el
agua del cielo haya restablecido mis fuerzas.
El pollito le respondió:
-
Puedo, pero no quiero. ¿Acaso tengo yo cara de criado de arroyos pobres y
miserables?
-
¡Ya te acordarás de mí cuando menos lo pienses! – murmuró el arroyo con voz
debilitada.
Un poco más lejos encontró al viento, que estaba tendido y casi sin fuerzas en
el suelo.
-
Querido Mediopollito – le dijo-; en este mundo todos tenemos necesidad unos de
otros. Mira cómo me ha puesto este día de calor. Apenas puedo moverme. Si tú
quisieras levantarme dos dedos del suelo con tu pico, y abanicarme con tu ala podría
volver a mi caverna con mis hermanas las tormentas.
-
No, caballero, que a cada puerco le toca su San Martín- respondió el malvado
pollito-.
Esto dijo, cantó tres veces con voz clara y pavoneándose siguió su camino.
En medio del campo segado al que habían pegado fuego unos labradores, se alzaba
una columnita de humo. Mediopollito se acercó y vio la chispa diminuta, que se
iba apagando unos instantes entre sus cenizas.
-
Amado Mediopollito – le dijo la chispa al verle-, a buena hora vienes a
salvarme la vida. Por falta de alimento estoy en el último trance. No sé dónde
se ha metido mi primo el viento, que es el que siempre me salva. Tráeme unas
pajitas para reanimarme.
-
Revienta, si te la gana, que maldita la falta que me haces.
-
¡Quién sabe si te haré falta algún día!
-
¿Qué todavía hablas? – dijo el perverso animal-. Pues tómate esa.
Y diciendo esto, le cubrió de cenizas. Tras lo cual se puso a cantar, como era
su costumbre, muy contento como si hubiera hecho una gran hazaña.
Por fin llegó a la ciudad, al palacio, donde quiso entrar para ver al rey y la
reina, y los centinelas le gritaron: “¡Atrás!” y tuvo que entrar por una puerta
trasera donde había mucha gente entrando y saliendo. Preguntó quiénes eran, y
supo que eran los cocineros de su majestad. En lugar de huir, como se lo había
prevenido su madre, sólo por desobedecer, entró muy erguido de cresta y cola;
pero uno de los mozos le echó el guante y el agarró por el pescuezo en un abrir
y cerrar de ojos.
-
Vamos – dijo-, agua para desplumar a este bichejo.
-
¡Agua, mi querida doña Cristalina – dijo el pollito – haz el favor de no escaldarme!
¡Ten piedad!...Compadécete de mí...
-
¡La tuviste tú cuando te pedí socorro, mal engendro! – le respondió el agua,
hirviendo de cólera. Y le inundó de arriba abajo, mientras los pinches le
dejaban sin una pluma.
El
cocinero, entonces, le puso en el asador.
-
¡Fuego! ¡Brillante fuego! Tú, que eres tan poderoso y resplandeciente, duélete
de mi situación, reprime tu ardor, apaga tus llamas, no me quemes.
-
¡Bribonazo! – respondió el fuego-¿Cómo tienes valor de acudir a mí, después de
haberme ahogado? Acércate y verás lo que es bueno.
Y, en efecto, no se contentó con dorarle, sino que le abrasó hasta ponerle como
un carbón.
Cuando el cocinero le vio en tal estado, le agarró de la pata y lo tiró por la
ventana. Entonces el viento se apoderó de él.
-
Viento – grito Mediopollito-, mi querido viento, mi venerado viento; tú que
reinas en todo, poderoso de poderosos, ten compasión y déjame tranquilo en ese
montón de estiércol.
-
¡Dejarte! – rugió el viento arrebatándolo en un torbellino y volteándole en el
aire como un trompo.
Y el viento depositó a Mediopollito en lo alto de un campanario. Y quedó
clavado de firme. Desde entonces ocupa aquel puesto, negro, flaco y desplumado,
azotado por la lluvia y empujado por el viento. Ya no se llama Mediopollito,
sino veleta. Allí está pagando sus culpas, su desobediencia, su orgullo y su
maldad. Y sólo se acuerda de él su madre en las largas y tristes tardes del
invierno.
(Popular
andaluz, de “La Gaviota” de Fernán Caballero)
viernes, 3 de noviembre de 2017
EL DESTINO DE LAS ALMAS DESPUÉS DE LA MUERTE
Cuando las almas descienden al Infierno, cuya entrada principal se halla en un bosque de álamos negros junto al océano, los piadosos parientes proveen a cada una con una moneda que colocan bajo la lengua de su cadáver. Así pueden pagar a Caronte, el avaro que los transporta en una embarcación desvencijada al otro lado del Estigia. Este río aborrecible linda con el Infierno por el lado occidental.
Un perro de tres cabezas o, según dicen algunos, de cincuenta, llamado Cerbero, guarda la orilla opuesta del Estigia, dispuesto a devorar a los intrusos vivientes o a las almas fugitivas.
La primera región del Tártaro contiene los tristes Campos de Asfódelos, donde las almas de los héroes vagan sin propósito entre las multitudes de muertos menos distinguidos que se agitan como murciélagos.
No hay uno solo que no prefiriese vivir esclavo de un campesino pobre a gobernar en todo el Tártaro. Su único placer consiste en los vertidos de sangre que les proporcionan los vivientes;
En las cercanías, las almas recién llegadas son juzgadas a diario por Minos, Radamantis y Eaco en un lugar donde confluyen tres caminos. Radamantis juzga a los asiáticos y Eaco a los europeos, pero ambos remiten los casos difíciles a Minos. A medidla que se dicta cada sentencia las almas son conducidas por uno de los tres caminos: el que lleva de vuelta a las Praderas de Asfódelos, si no son virtuosas ni malas; el que lleva al campo de castigos del Infierno si son malas; y el que lleva a los jardines del Elíseo si son virtuosas.
El Elíseo, gobernado por Crono, se halla cerca de los dominios de Hades y su entrada está próxima al estanque del Recuerdo, pero no forma parte de ellos; es una región feliz donde el día es perpetuo, sin frío ni nieve; donde nunca cesan los juegos, la música y los jolgorios, y donde los habitantes pueden elegir su renacimiento en la tierra en cualquier momento que lo deseen. En las cercanías están las Islas de los Bienaventurados, reservadas para quienes han nacido tres veces y han alcanzado tres veces el Elíseo.
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