jueves, 9 de noviembre de 2017

CUENTO POPULAR DE EL PADRINO







Érase un pobre tan pobre que no tenía con que vestir el octavo hijo que iba a traerle la cigüeña, ni qué dar de comer a los otro siete. Un día salió de su casa porque le partía el corazón oírlos llorar y pedirle pan.  Echó a andar, sin saber adónde, y después de haber estado andando, andando, todo el día se encontró por la noche a la entrada de una cueva de ladrones. El capitán salió a la puerta. ¡Era terrible!
-          ¿Quién eres? ¿Qué quieres? – le preguntó con voz de trueno.
-          Señor, soy un infeliz que no hago mal a nadie- respondió el pobrecillo hincándose de rodillas-. Me he salido de mi casa por no oír a mis pobres hijos pidiéndome pan, que no puedo darles.

El capitán tuvo compasión del pobrecillo, y habiéndole dado de comer y regalarle una bolsa de dinero y un caballo le dijo:

-          Vete, y cuando la cigüeña te traiga el otro hijo, avísame, y seré tu padrino.

Pues el hombre se volvió a casa tan contento, que no le cabía el corazón en el pecho pensando en la alegría que daría a su mujer y sus hijos. Pero cuando llegó la cigüeña ya había traído al niño, el cual estaba en la cama con su madre. Entonces se fue a la cueva y le dijo al bandolero lo que había sucedido, y el capitán le prometió que aquella noche estaría en la iglesia y cumpliría su palabra. Así lo hizo, y tuvo al niño en la pila, y le regaló un saco lleno de oro.

 Pero al poco tiempo el niño se murió, y se fue la Cielo. San Pedro, que estaba en la puerta, le dijo que se colara; pero él respondió:

-          No entro, si no entra mi padrino conmigo.
-          ¿Y quién es tu padrino? – le preguntó el santo.
-          Un capitán de bandoleros.
-          Pues tú puedes entrar, pero tu padrino, no- respondió San Pedro.

El niño se sentó muy triste en la puerta, con la mano puesta en la mejilla. Acertó a pasar por allí Jesús, y le dijo:

-          ¿Por qué no entras, niño?
-          No quiero entrar si no entra mi padrino-respondió una vez más el niño.

El niño cruzó sus manos y se puso a llorar, y lloró tanto que Jesús se compadeció de él. Se fue y volvió con una copita de oro en las manos; se la dio al niño, y le dijo:

-          Ve a buscar a tu padrino y dile que llene esta copa con lágrimas de arrepentimiento, y entonces podrá entrar contigo en el Cielo. Toma estas alas de plata y echa a volar.
El ladrón estaba durmiendo en una peña con la escopeta en una mano y la navaja en la otra. Al despertar vio, frente a sí, un precioso niño sentado en una mata, con unas alas de plata que relumbraban al sol y una copa de oro en la mano.

El ladrón se restregó los ojos pensando que estaba soñando, pero el niño le dijo:

-          Soy yo, tu ahijado. Y le contó todo lo que le había ocurrido. Entonces el corazón del ladrón se abrió como una granada y sus ojos vertían agua como una fuente. Su dolor fue tan agudo, y tan vivo su arrepentimiento, que le penetraron en el pecho como dos puñales, y murió. Entonces el niño tomó la copa llena de lágrimas y voló con el alma del su padrino al cielo, saludaron a Jesús que les esperaba y vivieron felices siempre.

(Popular andaluz, en “La Gaviota”, de Fernán Caballero)

No hay comentarios:

Publicar un comentario